Crece, de modo imperante, el deseo de nutrir y enriquecer nuestros espacios, dotándolos de valores emocionales que se alíen con nuestros sentidos. Rodearnos de cosas bellas o evocadoras, ya no
nos basta. Buscamos dar forma a los espacios y moldearlos para que nos acomoden en nuestro sentido de pertenencia.